La escultura que salvó a un niño (III y final)

Ya es 1996. Ya han pasado poco más de cuatro años desde los primeros impactos bélicos hacia la ciudad de Sarajevo. Los cambios son notorios y cuantiosos. Silenciosas calles, y vacías. Algunos coches calcinados, otros abandonados. Tanques de guerra explotados con balas aleatoriamente con pólvora en el suelo. Prendas que vuelan libre con el viento, y otras aprisionadas en sus maletas que se encuentran abiertas. Edificios con cristales rotos en las ventanas, algunos ni existen. Si bien, antes, sus fachadas lucían un color vivo, ahora están teñidos de arena ardiente y humo negro. Como ver un clásico film de principios del XIX en que los fotogramas, las imágenes, eran en blanco y negro. Al menos los hay que se mantuvieron en pie, otros tuvieron la mala suerte de ser demolidos hasta convertirse en montañas dolientes de escombros. Del antiguo museo no queda apenas nada. Las obras de arte, ya fueran pinturas, tallajes en piedra o madera a mano, pequeñas esculturas, fueron robadas o destruidas por la caída de los cimientos del recinto.

La escultura no se ha movido. Nadie lo quiso para sí. En los últimos meses, los poco habitantes que quedan en la ciudad, al igual que vagabundos que se cobijan en las calles, se han detenido alguna vez para contemplar la belleza de la escultura. Hubo quienes le daban patadas por simple envidia en que la figura mostrara a un niño sonriendo a pesar de tener un brazo roto, mutilado. Otros más nobles le daban un fuerte abrazo, u otros le ignoraban. Los vagabundos más infantiles lo utilizaban para soportar su cabeza mientras intentaban dormir algunas horas, pero siempre en alerta. Las calles de Sarajevo se han vuelto violentas entre los propios habitantes, causando robos, ataques raciales, amenazas. Palabras que el niño, nuestro niño, jamás había oído con tal macabra emoción. ¿Se habrá arrepentido de prometerse a si mismo madurar y ver el mundo, la vida con más lógica? Tal vez, y más que su querido y fiel águila no ha vuelto. No desea estar más parado ahí, frente a un pórtico de un museo ya inexistente.

Pobrecito... la verdad es que la escultura ha sido creada para hacer algo enorme, más que estar parado siempre en el mismo lugar, contemplando penurias sin poder hacer nada. El niño empieza a desear, cantar y orar que venga la paz, que todo haya sido una pesadilla infantil con un aprendizaje final, que el mundo se llene de amor, el cumplido de ayudar y agradecer el más inocente acción.
Un rayo de sol apunta para su rostro feliz de piedra y escayola, aunque en su interior, el niño se encuentra nadando en aguas y ve los claros de sol desde su profundidad, unos claros que ondean con la corriente de la misma. Para el niño es un símbolo crucial porque tiene la intuición de que algo maravilloso está por suceder, y dentro del agua, estira sus piernas y empieza hacer piruetas acuáticas, como si ya no existieran los espinos y pudiera moverse libremente. El agua está de su parte. Su voz dice "Despierta!". Sube a la superficie hacia el claro de sol, y ve un espacio que solo ve un ambiente soleado. Sólo cielo y mar. "He despertado".





Desde su escultura abre los ojos y ve a un chico. Otro niño que, quizás, puede tener por su misma edad aunque físicamente aparente más. Está desnudando cadáveres por si encuentra un monedero con dinero para poder comprar comida, o ahorrar para un futuro que no sabe si existirá o no. al lado ve un trozo de xilófono infantil. Coge dos piedras y empieza a tocar una pieza musical de Debussy que había estudiado en el instituto. No tiene muy buena memoria que digamos, no se acuerda del nombre del compositor (Claude), ni siquiera el título de la obra ("Minstrels"), pero sí su apellido. No necesita nada más, sólo escuchar esta composición y dejarse llevar por la imaginación, y la emoción del momento presente. Una pieza que le había llamado la atención de forma especial, porque a él no le gustaba la música clásica, porque le parecían tristes, pero ésta pieza le llenaba de felicidad. Aunque admite que el clásico "Claro de Luna" también le proporciona paz. De pronto, aturdido y distraído, para de tocar, acaba de descubrir la escultura. Alza su vista a los espinos y, cada vez más curioso, luego, se queda como hipnotizado con la mirada del niño sonriente. Tanto que quiere verlo desde más cerca.

Pero suenan las alarmas de evacuación, a su vez de bombas de la oposición que se oyen a lo lejos, como si se viera un relámpago de una tormenta, y tardan muchos segundos en oirse el trueno, aunque queramos o no, esos truenos se van acercando cada vez más a su objetivo. Un grupo de personas callejeras pasan por delante de él, corriendo lo más que pueden para huir. El chico no tiene miedo y se queda. El chico siguió viendo a la escultura. Dicen que la sonrisa es contagiosa. Cuanto más se acercaba a la escultura, el chico sonreía más y más. El niño, desde sus adentros, le decía que no se acercase a él, que huya si no quiere morir y plantarse en el suelo como los otros cadáveres inamovibles. El niño grita y se desespera, pero el chico no lo puede oir, ¿Quién va a escuchar a una escultura? Los humanos no logramos ver el alma interior en una obra inerte de arte. "Escúchame por favor, te lo ruego". Los truenos de las bombas estaban más cerca, hasta se podía escuchar tiroteos y gritos como si un cantante lírico emitiera una voz aguda, desde su escenario, para el disfrute de su público. Pero nada, el chico siguió avanzando hacia él. Suena una bomba a poco metros de ellos, y ante el descuido, el chico tropieza con un cadáver y se golpea con una roca grande. Tiene heridas y rasguños en las manos, piernas y también en el rostro.


Dibujo/boceto personal


Nadie que pasaba por allí, quería ayudarlo a levantarse, y llevarlo a un refugio para que lo curen. Nadie quería perder tiempo y arriesgarse a morir por ayudar a alguien que no puede caminar rápido, ni correr. El chico está bastante débil, se abraza a la roca, pero sigue alzando su mirada hacia la escultura, y sigue pensando acercarse a él. Se oyen unos tiroteos que van hacia el chico. El niño, ante un ataque de euforia, trata de moverse. Ya no importa su felicidad si puede salvar la vida de otro. Gracias a un escombro del pórtico que cae justo detrás de la escultura, le dió el impulso que necesitaba para tirarse encima del chico, para recibir los tiroteos por él. Ante el impacto, como si fuera un puente entre dos grandes rocas, destrozó su rostro y el brazo que le quedaba. Además, los tiros de las armas le destrozan la espalda y los espinos, quedando ya una ruina.

El niño necesitaba salvarlo, aunque quería que el chico se acercase a él, y sentir su amor, su atención, su cariño y nostalgia, no quería ver una muerte más delante suyo (recordando a su creador que también recibió una bala falleciendo en el acto frente a él). Mientras el tiroteo, el chico comprendió lo que sucedió, y se cobijó debajo de la escultura tocando con su mano derecha hacia la zona del corazón del niño que lo salvó, mientra que con la otra tapaba sus ojos, pero se queda inconsciente y se desmaya.

Han pasado unas horas. El chico, que se encuentra boca abajo, se va despertando mientras cierra sus puños con piedras del suelo. Está vivo, un poco aturdido. No ve a nadie a su alrededor. No sabe cuánto tiempo ha pasado, aunque por la luz del día ya se va acercando los primeros tonos rosados y anaranjados del atardecer. Se levanta, primero ve que hay peligro a su alrededor, está todo abandonado y vacío como antes, y con más tranquilidad, empieza a rezar por su amigo la escultura que lo salvó, mostrando una infinita e incondicional gratitud. Después se agacha para ver el estado de la escultura. Con sus dos manos toca lo que le queda del rostro. El niño se despierta y ve a su nuevo amigo sonriéndole de forma sincera. El chico ve que su espalda está toda machacada del impacto de las balas, y también le falta una pierna inferior y un brazo. "No pasa nada, eso no lo siento. Lo que siento es júbilo por verte a salvo", le dice el niño con una vibración estupenda y satisfecha. En su interior se ve a si mismo abrazando a su amigo y diciéndole que no se olvide de él. Justo cuando el niño tuvo ese pensamiento, el chico comenta "Jamás te olvidaré". Antes de irse, quería hacer algo más por su salvador, aunque fuera levantarlo, pero su peso es muy elevado, y una sóla persona no es suficiente para ponerlo en pie.


Pieza de la Banda Sonora de "Cadena Perpetua", compuesta por Thomas Newman


Varios niños y adolescentes salen de sus escondrijos callejeros, y ven humo y polvo que les escuece un poco sus ojos, pero logran ver una esperanza, la esperanza reflejada en el esfuerzo de un chico por querer sentirse como el legendario Hércules por un día, y quieren ayudarlo aunque es una locura. Pero con trabajo de comprensión, unión y equipo, lo lograrán. Son tantos los adjetivos positivos para describir el acto. El niño se siente completo al fín. Jamás se imaginaría la felicidad que posee, aunque siga echando de menos a su amigo el águila.

Qué belleza, entre todos los presentes pudieron levantar a la escultura. Pasándoselo bien, jugando, y ayudando a otro aunque no fuera humano. Cogían cuerdas u otros objetos tirados por la calle y que pudieran servir de ayuda para levantar a la escultura. Qué ejemplo tan magistral, y que los soldados de ambos bandos tenían que tomar. ¿O a caso, qué les sugiere ver a una pequeña humanidad ayudando a un elemento de arte? Desde luego si no sienten nada, es que tienen un corazón negro que habría que raspar hasta conseguir su viva rojez y vuelva sentir amor a la nostalgia para recobrar su vida inocente.

Entre el grupo que ayudaba al chico salvado, había uno que parecía más adulto, pero físicamente joven de unos dieciocho años. No llegaba a los veinte. Llevaba unas rastas en el pelo, pero atado a una goma. Con él tiene un bebe en brazos, su hijo, arropado en diferentes telas para que no coja polvo, de unos dos años. Tiene su historia. Su novia falleció al poco de dar a luz y sin poder localizar a sus padres. Ambos sobrevivían al desastre en las afueras, como cualquier otro pudiera, por los bosques o montes alejados de la ciudad, a la intemperie acudiendo a los recursos naturales gracias a la naturaleza. Ella fue herida por un soldado, quizás violada. No se supo si el bebé que esperaba era del mencionado soldado o de su amor, pero éste lo aceptó como si fuera suyo, ni jamás quiso averiguar si era suyo o no. Nunca le faltó alimento, aunque, en ocasiones, tenía que robarlo.

Además es todo un artista nato. Aún es muy joven, pero antes de la guerra, ya competía en certámenes artísticos, pero centrándose más en pequeñas esculturas. Para él era un orgullo y satisfacción poder ver una obra creada por el Hombre, El mismo Hombre que también desata una guerra sin importar cómo caen inocentes. Algunos se enriquecen a costa de esto, sólo por conseguir más territorios, títulos, independencias. Es ridídulo. Nadie contó con la opinión del pueblo, de los verdaderos habitantes, sean decentes en conciencia o no tanto, pero más honrados viviendo el día a día. La gran mayoría opinarían por una Yugoslavia más unida, pero no ha podido ser. En lo que respecta a Sarajevo, los medios de prensa anuncian que ha pasado lo peor. Ahora a empezar desde cero, aunque al principio pueda ser difícil, pero es cuestión de unión.

Sí, unión. Así de unidos están todos ahora poniendo en pie a la escultura. El joven artista dejó el bebé a una niña que estaba supervisando con humor distribuyendo las tareas y dónde tenían que colocarse: unos tirando de la cuerda, atada en el pecho y otra atada en la zona del tronco de la escultura, y otros sosteniendo la base de la misma para evitar que no se volviera a caer. El joven, al tener más fuerza, se ocupó de tirar de la cuerda con los demás. Ya puesto de pie, el alma del niño puede ver el cielo limpiarse de nuevo. Los fuegos se están apagando y su oloroso humo, disipando. Tanto él como el resto de los niños, que lo ayudaron a levantar, ha vuelto a oler el pan recién horneado, y sentir calor en sus pieles de un débil sol que parece que se quiere esconder. La regeneración está próxima.

El joven artista coloca una estaca de madera en la escultura para evitar que se caiga por la gravedad, debido a que unas zonas son más pesadas que podría ocasionar otra caída. Después coge a su hijo en brazos, y con el otro levanta el pulgar derecho para hacer sus medidas mentales y artísticas. ¿Qué estará tramando? ¿Qué siente en estos momentos? El niño de la escultura lo mira y le da las gracias por tanto amor. Empieza a llover, y todos los niños que estaban reunidos se sorprenden antes que nada, sus mejillas se sonrojan y empiezan a reir, pero una risa a viva voz, que lo oiga todo el mundo. Que bendita reacción. El joven coloca a su hijo en el cuello y lo lleva a caballito, y también comienza a correr, a gritar, a reir con los demás niños.

A lo lejos se puede ver la silueta de una misteriosa mujer abrigada, tapada con capucha, asomada detrás de una columna, y que ha observado todo lo sucedido. Se quita la capucha, se descubre que es la antigua directora del museo. Uno de los niños le entrega una piedra con forma circular perfecta y lisa, con una sonrisa dibujada con tiza con dos puntos y una línea curva. La mujer acaricia el cabello del niño y lo deja corriendo de nuevo. Vuelve alzar la vista hacia la escultura, pero el joven y su hijo ya no estaban. No lo encuentra, pero tampoco necesita buscarlo, porque siente que se volverán a ver muy pronto.

El niño de la escultura la llama, la saluda y le da también su gratitud. La mujer ha oído esa voz. Se dió la vuelta y no vió a nadie. Pensó que era el niño de antes que le concedió una piedra como tesoro, que estaría bromeando, pero no, no había nadie. Vuelve a mirar a la escultura, el niño se ríe con ella. "Sí, soy yo, gracias, muchas gracias". Simplemente le sonríe, parpadea varias veces sus ojos, y se va sin decir nada, abriendo su paraguas y disfrutar del paisaje destruido de la ciudad, imaginando cómo será regenerada con un nuevo comienzo.


Una nueva luz ya está surgiendo... (foto personal de un prometedor cielo de Oviedo -Asturias/España-)

Dibujo/boceto personal que muestra una escena del joven artista con su hijo


Han pasado dos años más. Suena unos truenos leves. Qué alivio que ya no sean truenos de bombas, sino verdaderas tormentas, que dan señal de va a llover limpiando cada una de nuestras almas de luz, que está lista de mostrar su esplendor más tarde.

Un niño sale de una tienda de dulces artesanos todo contento, llevando consigo una bolsita con galletas de avena, naranja y pepitas de chocolate negro. No se los está comiendo. Está esperando con impaciencia a compartirlas con alguien especial. Entra en otro local que parece una pequeña galería de arte con cuadros de niños, y no tan niños pero con un alma infantil que al menos conserva en su interior. ¡Oh qué sorpresa! En la galería trabaja el joven artista que, tiempo atrás, ayudó a poner en pie a una escultura, por tanto el niño, que ya cuenta con casi cinco años, iba a buscar a su padre para compartir las galletas que le dieron. Su padre le aúpa y el niño le enseña un dibujo, todo arrugado, que había hecho anteriormente y muestra a un niño jugando a la pelota. Se despide de su jefa, resultando ser la antigua directora del museo. Vió tantas aptitudes en él, que quiso empezar de cero, en un ambiente más pequeño, humilde, pero sientiéndose más realizada que cuando sólo restauraba antiguos cuadros en el museo. Ahora entre ella y él dan clases de pintura, a veces de escayola, y ayudan a otras personas a viajar por su mundo interior, y plasmarlo en un cuadro como si fuera un recuerdo que no se quiere olvidar.

El joven y su hijo tienen un poco de prisa, porque la lluvia está próxima. Ya están cayendo las primeras gotitas a la nariz del niño, y se ríe... luego otra en la frente, y se vuelve a reír. El padre hace lo mismo, alza una de sus manos y la estira. Recibe una gota. Los dos se miran y se ríen a carcajadas. Ya llueve fuerte, y abren el paraguas. Aunque el parque está iluminado con las farolas, se ve una frondosa niebla, y a lo lejos una figura grande de persona. El padre quiere bromear a su hijo diciendo: "Uuuuuh! Es el hombre que expulsa arañas de su bocaaaa!" con una simulada voz macabra. El niño cruza sus brazos, y no le cree: "Es la estatua que vigila y guarda el parque" sacándole la lengua, y corre hacia esa figura, y su padre siguiéndole para intentar taparle de las lágrimas del cielo, que no son pocas.

Los dos se detienen ante la escultura que figura un niño sonriendo, y que sostiene dos águilas, una en cada brazo. ¿Os resulta familiar? Sí. Es la escultura del entrañable niño, totalmente renovada. El joven artista ayudó a diseñarlo sin perder la esencia del anterior. Sus piernas están totalmente libres de espinos, pero lo curioso son dos detalles. Dos detalles que hasta su propio hijo le pregunta: "¿Por qué sus pies están descalzos? ¿Por qué no lleva zapatos como tú y como todo el mundo?" a lo que su padre le responde: "Éste es un niño muy especial. Él fue quien me dijo que lo hiciera descalzo. Una día, como otras, estaba viéndole y sintiendo cómo podría convertirlo en alguien nuevo. De pronto una mariposa se puso delante mío y se posó en mi nariz". El niño se reía de la situación. Continuando... "después, la mariposa voló hacia unos niños que estaban descalzos y chapoteaban sobre un charco de agua, sin importarles lo fría que estaba, o de si alguien les regañaba. Disfrutaban del momento, y comprendí que, después de estar muchos años atrapado en espinos, sus piernas y sus pequeños pies querrían sentir el agua de la lluvia". Luego, un niño más curioso, le preguntaba por la pelota, por qué no jugaba con ella. "Al niño grande le gusta jugar a la pelota, de hecho ansiaba más que nada jugar con otros niños, pero sintió que había más importancia en dar todo su amor a sus dos águilas, darse mutuo cariño y compañía, aunque la pelota seguirá estando ahí por si quiere jugar algún que otro día".


Pieza "Sleepover" de la Banda Sonora del film "Cadena de Favores", compuesto por Thomas Newman.


El niño está un poco apenado porque ve que la escultura se está mojando, y teme que coja mucho frío. Pero como es tan bajito, ni él ni su padre, que es más alto, llegan para poder taparlo con su paraguas. El niño coge una rama de árbol caída, lo ata al paraguas para poder llegar más alto. La ayuda de su padre es crucial, pero lo han logrado. A los dos no les importa mojarse, y se ríen del momento. Mientras, uno de los águilas les guiña el ojo. Los dos permanecen más tiempo en el lugar más alegres que nunca.

Sarajevo está siendo reconstruida de nuevo, gracias a la buena fe y valentía de sus habitantes.

Fin.

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