La escultura que salvó a un niño

Os voy a contar una historia. Es tierna, pero a su vez podría parecer también una historia de terror.

Sarajevo 1992. El museo de la ciudad están recibiendo nuevos descubrimientos artísticos: cuadros antiguos, y otros más contemporáneos de artistas más recientes. Incluso grandes esculturas. En pleno años 90, el recinto quiere renovarse y no encasillarse siempre a la antigüedad, sino probar y conocer a artistas más nóveles. Precisamente, a la Directora, que regenta el museo, le llamó la atención una escultura que figura a un niño contento, pero observa que una alambrada de espinos recorre sus dos piernas, al menos se para a la altura de las rodillas impidiéndole movimiento.

Su artista creador, de nombre desconocido, comenta que está basado, en parte, en hechos de su vida reales, de los sentimientos del ayer, de cómo su alma de la niñez puede verse reflejado en la escultura. La directora del museo se quedó tan expectante ante tal significado, que lo invitó a una amplia sala, pero silenciosa, donde ella y sus compañeros restauran cuadros antiguos con el fin de llevarlos a exposición, aunque en ese momento es una sala más bien tranquila y sin molestias, de este modo el artista podría sentirse cómodo.

El artista, que físicamente aparenta sus joviales y tempranos 30, de origen kosovar, aunque vivido hasta ese momento en alguna parte del Occidente de Europa, tal vez España, es bastante reservado. No suele revelar el significado de sus obras, pero inconscientemente, su mente quiso anticiparse ante la Directora del Museo con esos primeros versos: "en parte está basado en una experiencia real". La química entre los dos se va haciendo fuerte.

"El niño está castigado, severamente", son las primeras palabras de artista que puede acontecer un suceso, quizás, triste. Continúa. No se acuerda el motivo de ése castigo, aunque sigue imaginando que para la mente de su tutor, pudo haber sido macabro, pero en la mente de un niño, sería más inocente, cosas de niños. Los espinos simboliza el estricto sistema de su niñez. El motivo por el que no puede moverse, es su castigo por ir en contra de dicho sistema. Pero el mencionado tutor se le olvidó una cosa: los niños ven luz y paz incluso en la más profunda oscuridad, de ahí su sonrisa, su calidez, su felicidad envidiada, y la continuidad de la esperanza. El niño no sabe cuándo le liberarán o le quitan el castigo. Él vive en el momento presente, por tanto, mientras crea en el ahora, su sonrisa se mantendrá. Así, pronto podrá jugar, de nuevo, a la pelota con otros niños, o quizás con su fiel compañero el águila, que no se separó de él en ningún instante. "A veces pienso que mi alma más inocente, infantil, y esperanzadora, se lo ha quedado la escultura".

La Directora se quedó maravillada ante tales inmensas palabras. Veía que él hablaba con suavidad, poética, casi incluso teatral. Ambos dejan la sala testigo de su confesión, y se dirigieron a admirar la belleza de la esperanza inmortalizada en la escultura. Al fin y al cabo, la protagonista de la historia no  es el encuentro, o la química, o un posible amor entre dos amantes del arte y la creatividad. No. La escultura tiene que contarnos algo.





Pocos días después, ocurre algo fatídico. Estallaron bombas en distintos edificios de Sarajevo, lo que da comienzo a un terrible conflicto sin saber si su fin será próximo o demasiado lejano. El niño de la escultura ya lo comentó, vive el momento presente, y ahora está expuesto por un tiempo en un museo hasta que su alma infantil escucha bombas, gritos. Aunque sus pies y sus piernas están obstruidas por los espinos, puede sentir, a través del contacto con el suelo, cómo una multitud corre, como si se escaparan de una amenaza.

El niño piensa que por qué la multitud no se tranquiliza. Tendrán que poner sus piernas en unos espinos para conseguir lograr que sonrían sin perder la esperanza. Sigue sonando el griterío. El niño ve que la Directora del museo sale afuera, a la entrada, para saber qué ocurre. Uno de sus empleados le grita: "ha comenzado la guerra!". La Directora contiene su rabia, se arma de valor, y ordena a sus empleados de llevar todas las reliquias, pequeñas esculturas, y obras artísticas a una sala secreta. "Lo que se pueda. Como hacían los piratas, hay que esconder y enterrar el tesoro". Varios de ellos intentan levantar la escultura. Pesa mucho, y no pueden perder mucho tiempo.

Es demasiado tarde, el niño puede oír cómo golpean la entrada del museo. Los cristales se están agrietando cada vez más. La Directora, cansada y rendida, se detiene un instante ante el niño, le llora, se lamenta dejarlo ahí solo, abandonado. Un empleado toma la mano de ella y se van hacia la salida de emergencia. Ante tales golpes, cada vez más tenebrosos, el niño se queda sólo. Su alma quiere escapar, pero no puede. Tuvo una intuición. Sin motivo alguno se imaginaba afluentes alargados de sangres que, desde su gran altura, parecían ríos que desembocaría al exterior, fuera del museo. El águila lo tranquiliza. El niño puede sentir las alas de su compañero, acariciándolo para que estuviera más cómodo. El águila sabe lo que va a ocurrir, es sabio, pero se negaba a quitar al niño esa inocente y hermosa sonrisa.

Una vez fuera, la Directora sigue lamentándose por haber dejado la escultura fuera. En momento se para. El empleado que la lleva de la mano, temeroso, dice que la escultura no vale nada, de un artista reciente que nadie conoce. Hasta duda de por qué tiene importancia en una exposición de artistas más veteranos. Él trata de convencerla. Hasta lleva sus manos a sus hombros, se acerca a ella: "Tenemos que irnos.
De pronto suenan tiroteos cerca de ellos. Ella vuelve en sí, y sigue corriendo con la meta de no herirse, ni siquiera morir, pero no puede evitar sentir mínimo de amor por la escultura que dejó atrás. El artista, su creador, está subido, junto con otros amigos artistas, a una farola por si puede ver algo de los edificios incendiados, pero su vista se alza hacia la Directora y su ayudante, a lo lejos, corriendo junto con el resto de la multitud, viéndola desolada.

"Oh no! Mi niño!" exclama su madurada herencia, mientras baja de la farola, y sale corriendo en dirección hacia el museo. Sus amigos, dudosos, lo persiguen a pesar de creer que, de pronto, enloqueció, ya que se dirige hacia el terror, en vez de evitarlo y huir.

En el museo, la gente ha logrado entrar, y tratan de encontrar obras de arte para su fin: es incierto, quizás unos lo venderán en una casa de empeños para conseguir dinero, y otros se lo regalarán a familias ricas, o tal vez se lo queden consigo para decoración y dar en herencia a futuras generaciones de su familia. Tres de ellos, de aspecto treintañero ambos, tratan de levantar a la escultura. El niño se pregunta "¿Por qué me duelen los espinos y a ellos no?" a lo que el águila le responde: "No tienen emociones. Están contagiados del temor más atroz. Piensan tanto en ese temor que se les olvida que son seres con sensibilidad y plenitud". Mientras los transportan, añade: Tranquilo, conserva esa sonrisa". El niño, siempre sonriente y feliz: "Oooh! Nos van a llevar al exterior. Podremos ver la esperanza y la vida de afuera. Que ganas!".

Las tres personas que tratan de robar la escultura ya se encuentran en el pórtico del museo. La policía los descubren y van hacia ellos. Los ladrones posan a la escultura rápido en el sueño ya lleno de escombros, con que lo deja un poco desnivelado, y huyen de la policía. No pueden hacer mucho porque suena otra bomba, ésta vez más cerca del museo. El niño cree que son fuegos artificiales anunciando las fiestas de su pueblo, y se pone aún más contento al saber que pronto estará liberado de los espinos, y del castigo. Pronto se le avecinará una lección de madurez, y más cuando la movilización de las armas están, cada vez, más cerca, y no auguran nada bueno.

Su amo creador llega por fín al museo y, extrañado, ve que su creación se encontraba en el pórtico del museo. Viendo un instante cómo quedó el interior del museo, adivinó que lo trataban de robar. El niño se puso alegre ante su presencia, aunque su alma apenar puede sentir gratitud por alguien que le dedicó largos días para esculpir tan poética obra. Sin poder abrazarlo, varios tiros hieren la espalda del artista ocasionándole la muerte, en presencia de su escultura. Uno de sus amigos, tratará de levantarlo pero también es alcanzado por un arma,y también fallece en el acto. Los otros amigos, viendo lo sucedido, tratan de huir en gritos y lamentos.

De pronto, la calle se volvió silenciosa, algún que otro grito sonando a una incierta lejanía. El águila ve que el niño está callado, ni pronuncia una sola palabra. En estos casos, siempre nos han enseñado que para decir una tontería, mejor estar callados. El niño siente el cadáver de su ensangrentado creador. ¿Qué hay que decir a eso? Mejor rendirse, y silencio.

Continuará...

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